viernes, 31 de diciembre de 2010

Casa del gaucho solitario

A algunos les sucede:
El hombre que olvidó la muerte
Por el año de 1946 tuve oportunidad de conocer las ciudades mas importantes del Paraguay; encontré ahí a unos camaradas que me hicieron favor de conducirme por ese hermoso país; pero al andar por el campo, principalmente antes de llegar a una ciudad, mi mente se remontó a la Europa convulsionada, ya destrozada por la guerra, ella me hizo recordar aquélla frase que continuamente me hacía, al observar, ver y sentir en carne propia, el triunfo enemigo: ¿me habrá olvidado la muerte?. ¿Será posible que no me tenga anotado?
En eso estaba cuando a pocos kilómetros de la Ciudad de Estigarribia llegamos a una Finca abandonada, perteneciente según se decía a la Familia Carral (espero y deseo que todavía exista).
En ese instante me pareció ver como la parca recorre todo el mundo tomando nota de nacimientos, corroborando casa por casa a cada uno de los habitantes, tomando nota de todo para cumplir su misión; y al ver las ruinas de la Finca pude constatar que la citada familia murió a consecuencias de una epidemia de viruela negra, allá por finales del Siglo XVIII sólo que.......
Al haber fallecido la familia, Simón Caañizú (un trabajador guaranï de la familia) iba a abandonar la Finca, para ponerse a salvo, cuando escuchó el llanto de un recién nacido, al acercarse vio que era el hijo de la Señora Rosario que fue la última en morir y a quien acababan de sepultar. Tomándolo entre sus brazos, sacó al niño de la finca. Sólo alcanzó a llegar a una cueva, porque ya se sentía mal, lo depositó ahí, en escazos tres días Caañizú expiró en la Ribera del río próximo a la cueva del Tatu.
Una hermosa yegua, cuyo potrillo había muerto, se encargó de dar de comer al infante, lo alimentó y crío durante 10 años; ambos eran el uno para el otro.
Mientras tanto, las autoridades decidieron intervenir para apropiarse de la Finca, acudieron a ella un actuario, un alguacil y un fraile misionero, revisaron constancias vieron las actas de nacimiento y las actas de defunción de una tía, los padres y cinco hijos, al ver las actas, el fraile constató que los niños eran Pedro, Mariana, Filomena, Lucas y Carlos, pero faltaba Ignacio, el infante que él bautizó.
Para constatar lo dicho, narró lo siguiente:
que un día por la tarde, Doña Rosario, fue a verlo, estando ya contagiada por la viruela, para pedirle que la asistiera, porque estaba próxima a dar a luz a una criatura.
que entraron por la puerta trasera de la Finca para no molestar a los parientes ni al Doctor.
que al nacer el niño él lo bautizó con el nombre de Ignacio.
que no lo registró debido a las circunstancias prevalecientes.
que la madre murió una hora después del parto.
que él tuvo que abandonar la Finca por orden del Doctor.
que dejó al niño a su suerte.
que después se enteró que todos habían ya fallecido, inclusive el Doctor que asistió a la familia.
Con lo anterior sacaron por conclusión que Simón y el niño habían sido los únicos sobrevivientes, con la circunstancia de que al guaraní se le halló muerto, no así a Ignacio, de quien no había constancia, pero todos estuvieron de acuerdo en que el fraile se avocara a buscarlo y después ver que se podía hacer. Fue quizás por esa circunstancias que la huesuda no anotó a Ignacio Carral, quedando éste fuera del censo.
El fraile meditando en donde podía estar el pequeño Ignacio, tras larga caminata, fue a dar a una cueva cercana de donde fue encontrado el cadáver de Simón. Y sin mucho batallar encontró al niño junto con la yegua.
Huelga decir que el encuentro fue impresionante para el niño, porque nunca había visto a otro ser humano igual que él. El fraile lo convenció y lo llevó al monasterio.
Después de hablar con el Superior tuvo la autorización para hacerse cargo del niño para humanizarlo. Ignacio aprendió a hablar, leer y escribir en dos años. Fue también enseñado a cultivar la tierra. Cuando se consideró que estaba apto para defenderse solo en la vida, se le condujo a su Finca, con la aprobación de las autoridades.
Iganacio Carral, desde entonces habitó su Finca sólo, tenía ganado y perros que lo acompañaban. En 1810 al estallar la guerra por la Independencia de su País, se alistó en la filas insurgentes, se decía que las balas le rebotaban; al consumarse la guerra regresó a su Finca. Con el correr de los años, llegó 1865, ya era conocido como “el gaucho solitario”. En ese año se enroló en el Ejército Paraguayo, para luchar contra la triple alianza (Argentina, Brasil y Uruguay). Peleó de 1865 a 1870 fecha en que se acordó la paz. Pasó el tiempo, llegó la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, de 1932 a 1935, se enroló también, aún lleno de vigor y fortaleza, contaba con 150 años, pero su alma estaba triste y cansada, recordaba como hermosas mujeres hubieron de ser rechazadas por él, por saber que toda su familia moriría menos él, no hubiera resistido ver morir a mi amada y a toda mi descendencia y continuar vivo, aún la muerte comete errores, decía.
Pero un repentino sentimiento lo asaltó y siguiendo los consejos de una viejecita a quien platicó su pena, al quedar liberado del servicio militar, se dirigió al ayuntamiento de la ciudad para registrarse, levantando un acta con todos los detalles de su vida. Por supuesto, los ahí presentes se lo querían llevar a una beneficencia pues consideraron que estaba loco, (aún las grandes tragedias, tienen su lado cómico) murmuraron y a punto estuvieron de llevárselo pero un algo impidió todo movimiento en contra de Don Ignacio.
Ya tranquilo y esperando que la estratagema diera buen resultado, se dirigió a su Finca, al desmontar, se encontró a la viejita que le había dado el citado consejo; ella le confesó - sin palabras – con su transmutación que era la muerte, le pidió disculpas, confesándole que aún ella llegaba a equivocarse, pero que para cumplir su misión, primero debían cumplirse ciertos requisitos. En acto seguido se lo llevó.
Al día siguiente un caminante encontró a Don Ignacio Carral muerto a la puerta de su Finca, mostraba un rostro feliz, acentuado con una plácida sonrisa. Así nació la leyenda de la “casa del gaucho solitario”.
¿Porqué al ver las injusticias, porqué al triunfo de la maldad, se nos permite vivir con ese gran dolor y tristeza? ¿será que nos tiene olvidada la muerte?
¿será que me haya olvidado?.
Dos cosas entristecen mi corazón
Una tercera excita mi cólera.
Hombre de guerra desfalleciendo de miseria
Y los hombres inteligentes despreciados.
El que de la justicia cae en pecado,
A quien destina el Señor a la espada.


El presente escrito fue hecho por el Ing. Federico Juárez Andonaegui, agradezco personalmente la participacion de tan habil escritor.